lunes, 25 de febrero de 2008

Bruno y Gilda

Son los nombres de dos gatos que no olvido. Los gatos siempre han formado parte de mi vida, Al principio eran los de mis amigas, porque en casa estaba la amenaza encubierta de que nada de animales. Cuando me independicé, el trabajo no me lo permitía, Creo que para tener un gato en casa y que esté solo por sistema, mejor no tenerlo, no se tiene nada ni a nadie para abandonarlo. Es como crear un compromiso, un estar ahí, y ya por fin, en uno de los múltiples giros de mi vida lo conseguí. En cuestión de un par de semanas dejé a un novio que llevaba tiempo sin aportarme nada, cambié un trabajo de locos con viajes e inseguridad por uno estable y con un horario "normal" que me permitía vivir, y apareció Bruno. Recuerdo la llamada de mi amigo diciendome "Nos hemos encontrado un gatito negro muerto de frio y de hambre que está hecho polvo... yo sé que quieres un gato... ¿te lo llevo?", y como siempre me pasa, me entró un hormigueo en el estómago y salí corriendo a comprar todo lo que podía necesitar. Esa misma tarde me lo trajeron, era tan solo una bolita de pelo negro sucio, lleno de heridas. En ese momento supe que era "mi gato". Le cuidé y mimé y creamos un vinculo muy especial. Cuando pienso en él, me traslado a esa época llena de cosas nuevas. Me veo a mí misma en el sofá y él siempre encima ronroneando y dandome cariño. En la puerta esperandome cuando llegaba, para hacerme los mejores recibimientos. Pasado un tiempo le llevé una compi para que jugase cuando yo no estaba: Gilda, una gatita atigrada preciosa y super cariñosa, que estuvo con nosostros un año. Se puso malita y nos dejó. Me pasé una semana llorando y Bruno lo pasó fatal, pero juntos conseguimos superarlo. Bruno me ha acompañado a lo largo de todos estos años, viviendo conmigo todos mis cambios, nueva ciudad, nuevas casas, la llegada de mi hijo.. Era muy curioso verle lo mal que lo pasaba cuando mi enano lloraba o hacía algo, corría a avisarme, se frotaba, me empujaba, maullaba, saltaba encima, no podía soportar que el niño llorase, le velaba todas las noches. Hasta hace un año. No sé lo que le pasó, puede que no soportase verme como una sombra, con el miedo reflejado en mi cara, el caso es que se volvió loco de un día para otro, sólo yo podía acercarme, y claro, la situación no era la apropiada. Y se fué. Se lo llevaron para siempre.

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